<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar/37386102?origin\x3dhttp://altazuziedad.blogspot.com', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

Mi vida hecha ajedrez

[porque en el fondo nunca el peón se come al rey ]

niño, niña.





Yo tuve un perro blanco con café. Un perro lanudo de patas cortas y cuerpo rechoncho con cejas claras Era un perro serpiente con antena curva en su trasero. Aunque en realidad no era café, sino anaranjado. Era bueno para morder pelotas, asustar gatos y cruzar las calles sin mirar (se salvó de varias). Este perro lo tuve desde los diez u once años y fue buen amigo. Bueno y fiel. Llegó a mi casa en una de mis vacaciones de verano, mi vieja lo tenía de sorpresa-expuesta (Siempre lo supe, por eso digo expuesta). Era malas pulgas el peyo, mañoso como pocos: cuando lo apuntaba con mi mano, me mostraba los dientes y se mordía la cola dando vueltas a mil por hora. Nunca entendí que le molestó de eso. Me acuerdo que veces violaba las piernas de mis amigos, en un amor excesivo, y otras siquiera los dejaba entrar a la casa. Una locura. En los años que vivió con nosotros fue testigo de muchas cosas. Se perdió un par de veces, pero siempre volvió. Ah, y tuvo que compartir su espacio con un gato, y lo quiso tanto que, incluso, durmió con él (en buen sentido), en un ejemplo de tolerancia que ni en humanos he visto. "Niño", así se llamaba. Bueno, así lo llamó mi vieja y se acostumbró. Yo estaba de vacaciones, ya lo dije, cuando volví ya tenía nombre. Niño: bizarro, por decirlo menos.

A mis 18 años, en medio de cambios bien fuertes, mi perro murió. De viejo, de cansado, de hora cumplida y esas cosas. Y sufrimos harto. Tanto que, en medio de la pena, dijimos no tener más mascotas.

Son varios años desde ese día, y mi vieja, que prometió no volver a tener animales (incluido yo, supongo) adoptó a esta linda perrita salchicha, una cosa juguetona. Cada vez llego a la casa muerde mis zapatillas y se revuelca de alegría. En poco se parece al anterior.
¿Su nombre? Adivinaron… Niña. Las vueltas de la vida tienen su lado planificado.




« Home | Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »

» Publicar un comentario